Los límites o cuando uno descubre que no es tan listo como pensó.
Lo más difícil es ponernos un límite, por pedestre que este sea. En estos momentos quisiera continuar engullendo papas fritas con chile y limón o seguir con la ingesta de frijoles y tortillas de harina. ¿Quién decide cuánto y hasta cuándo? Yo misma. No tengo pistola al pecho, pero tengo una inercia y una estulticia soberbia que me arropa y clama por esa satisfacción del paladar. Yo tengo que ser mi límite y usar el raciocionio para saber que atascarme de chatarra me produce placer, pero también causa enfermedades. Ponerme un límite, porque quisiera dormirme tarde, pero resulta estúpido, pues mañana madrugaré a trabajar y las consecuencias de la trasnochada resultarán en malhumor, cansancio y somnolencia a deshoras. Esta cuestión de los límites se extiende al pensamiento crítico; a la percepción de mi yo, limitado por asuntos congénitos, sociales o culturales. Conocer mis límites no me hace menor ni menoscaba lo que soy como persona. Conocer mis límites inserta mi actuar dentro